Él dice que yo tengo miles de odios
absurdos. Sin embargo, soy incapaz de engañarme a mi misma. Por alguna razón
odiarlo todo solo es una insulsa mascara de muselina fina. Es fácil entrever lo
que hay debajo. Odio todo porque no puedo odiarlo a él. Detesto cada gesto, y
sin embargo, no puedo huir de él. Esa dependencia frágil y carente de todo
sentido me hace adorarlo, aunque sepa que es un imposible, un loco, un
fantasma. Los dos lo sabemos. Él amó, voló, cayó, y ahora esta muerto. Resucitarlo,
eso habría sido maravilloso.
Estoy jodidamente muerto.
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