Y en realidad esa guitarra no sonaba tan bien, una memoria más bien atrofiada le había creado una impresión equivocada de esa música. Aunque, sabiéndolo, cada vez que oía a un tal Bob no conseguía controlar los murmullos de sus labios, seguía sin comprender cómo cinco minutos y una voz rota habían conseguido durante veinte años despertarle un circo de emociones. Y por mas que contaba la historia, no había visto en nadie el entusiasmo que en él despertó aquél doce pulgadas. Sin embargo, jugaba a olvidar su sonrisa en el espejo, como aprendió a jugar otras muchas cosas.
A otras muchas cosas, a hacerlo soñar.
(Aprender a leer entre sombras)
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